¿Qué mira Leopoldo Maria Panero? por Túa Blesa, 2003

Túa Blesa sobre el vídeo Merienda de Negros, Universidad de Zaragoza

         El excelente, por perspicaz, por desasosegante, trabajo de Elba Martínez invita a preguntarse qué miran los ojos de este poeta y la única respuesta quizá sea buscar en lo que sus poemas dicen. ¿Qué se ve en sus versos? Es el horror: el de la vida_ que es la de un loco tocado de la maldición del cielo_, una vida que, no por efecto óptico, sino por la penetración de la mirada, ha quedado detenida en la instantánea de la destrucción. Queda eso dicho en el continuo borrado del rostro, ése que vaga a la búsqueda de una lámina_ ¿la página?_ que lo refleje y, así, la ideología de la individualidad es puesta en una crisis que se diría es definitiva. También se lee eso en la voz, que es, una y otra vez, como el chirriar de los trapecios, una y otra vez la del estertor de un agonizante que no encuentra, ni siquiera por caridad, su final, pues el instante de la muerte se hace a sus ojos un ritornello que no encuentra el modo de que se consume el día en que se acabe su canción. La poesía: un disco rayado. La mirada se ha hecho aquí repetición. Eso es exacto.

«Dime si destruye mi mirada», dice un poema. Los ojos de Panero, según cree el poeta, tienen el poder de asesinar con el arma de su mirada misma. Evidencia de la videncia.Su víctima primera y repetidamente liquidada es la palabra, dicha en su pleno vacío, deshecha en un susurro, en el horror de una sílaba, o reducida a ser para siempre «ah», «oh». Enseguida su víctima se llama el camarero, el nombre del hombre, y diciéndolo, es siempre la poesía. Si de lo que la poesía, la excreencia del poeta, se nutre es de palabras, habrá de hablarse de canibalismo y, mejor aún _ Elba Martínez lo sabe bien_, de autocanibalismo, por eso puede escribir este poeta «Oh perfecto excremento de mí mismo/ terror de ser yo», en cuanto que es el terror de verse devorándose a sí mismo, trabajo que se reitera sin pausa alguna hasta pasar por ser ese proceso nada más que una foto fija. La música de todo ello, el teclear en una máquina.

Donde Leopoldo María Panero pone la mirada pone la palabra y ésta es nada, o muerte, o el nombre de lo que no tiene nombre, un murmullo que querría decir su propia nada o muerte, algo que, haciéndose presente, aún no llega, el instante invisible de la desaparición, y entonces se dice la poesía, hecha del «Vi» de Juan en el Apocalipsis, «Te ofrezco en mi mano/ los sauces que no he visto», y Elba Martínez graba esas escenas, múltiples y la misma, la imagen de lo atroz. La oscuridad en la oscuridad. ¿Alguna luz? Sí, luz negra: «Yo no sé qué es la luz».

Leopoldo María Panero mira. Y eso querrá decir que me mira, te mira, y sus ojos me dicen y te dicen «fin». Esa mirada ha sido vista por Elba Martínez, ha mirado en los ojos de Panero y lo que ha visto nos lo pone a la vista. Es la evidencia del vacío. Punto ciego de la mirada. «Y la luz no es nuestra…»